En el Día de los Inocentes, cada 28 de diciembre, las calles despiertan con un murmullo travieso. El aire se llena de risas invisibles que cambian la sal por azúcar en los desayunos, y las palomas que vuelan sobre las plazas repiten en coro: “¡Inocente palomita!”. Las figuras pegadas en las espaldas se convierten en sombras juguetonas que acompañan a los caminantes, y los teléfonos, poseídos por duendes digitales, lanzan bromas desde WhatsApp como si fueran conjuros de alegría. Los periódicos, cómplices de la fiesta, imprimen noticias que se deshacen en polvo dorado apenas se revelan como engaños.
Pero bajo esa capa de humor, la memoria antigua se abre paso. El eco de Belén resuena: el llanto de los niños inocentes, arrancados por la orden de Herodes, se transforma en estrellas que aún titilan en el cielo. Cada broma es también un recordatorio de aquel dolor convertido en rito, de la fragilidad de la vida y de la esperanza que nació en un pesebre.
En medio de esta celebración, aparece Napo, Napo, Napoleón… su nombre repetido tres veces hace que las campanas doblen solas y que las luces de Hollywood se inclinen hacia él como si fueran constelaciones convocadas desde otro mundo. Entre bromas y memorias sagradas, su figura se levanta como un puente entre lo festivo y lo solemne, entre la risa y la historia.
Así, el Día de los Santos Inocentes se convierte en escenario donde lo real y lo mágico se abrazan: las bromas inocentes que liberan carcajadas, y la memoria bíblica que recuerda la inocencia perdida. Todo para presentar a Napo, Napo, Napoleón Becerra García, candidato presidencial del Perú en 2026 por el Partido de los Trabajadores y Emprendedores, PTE, como si emergiera de un relato tejido con risas, lágrimas y estrellas.
Añadir comentario
Comentarios