En la plaza mayor de Cajamarca, la noche buena se abre como un telón de estrellas. El aire huele a pan recién horneado y a la memoria de los abuelos que aún conversan en las piedras coloniales. Napoleón Becerra García, hijo de esta tierra, aparece rodeado de su madre y sus familiares, como si fueran personajes de un retablo andino que cobra vida.
Las palabras del candidato del Partido de los Trabajadores y Emprendedores no son solo discurso: se transforman en villancicos que vuelan como palomas de luz sobre los techos de teja. “Feliz Navidad”, repite, y cada repetición se convierte en campanada que despierta la esperanza dormida en los corazones.
La madre, con su rostro sereno, parece custodiar el mensaje como una Virgen campesina que protege la semilla de la paz. Los niños ríen, los jóvenes bailan, y hasta los cerros se inclinan para escuchar la promesa de un año nuevo donde reine el sosiego, la paz y la esperanza.
En este realismo mágico, la política se disuelve en la fiesta popular: los votos se vuelven abrazos, los discursos se transforman en villancicos, y la Navidad se convierte en un pacto colectivo de fe y resistencia. Cajamarca, con su neblina que acaricia, se convierte en escenario de un nacimiento distinto: el de un pueblo que sueña con justicia y prosperidad.
Porque en esta tierra, donde las campanas dialogan con las estrellas, la Navidad no es solo celebración: es anuncio de que los trabajadores y emprendedores son la fuerza y la esperanza de un Perú que quiere renacer.
¡Feliz Navidad!
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